La casa no estaba encantada pero en
la punta de los ojos cabía toda la luz necesaria para deslumbrar a un ciego y al
volar nos cruzábamos con una mujer loca parecida a un taburete con ruedas dando
eses mientras el viento se esforzaba en dejar sitio a los otros bien peinados del
lugar.
Las dolencias se nos marchitaron
al descubrir sombreros en las palomas, reveses para verlo como se nos antojara
estar. Los botiquines se embarazaron de lápices, había pececillos en los
sonetos de los cepillos de dientes, salpicaban al cantar de espumas y en los
espejos éramos también del revés.
Despegamos los pies del suelo un
jorobado lunes de una semana que empezaba con sus principios hasta que se nos
empapara la nada de todo, volamos de luna en luna haciendo de marcianos sin
medicar, libres como calles sin salida allí donde las policías no existen.
Mares, selvas y verdades que hay en los callejones donde el repartidor de
pizzas reza para no morir cuando se enteren.
Y pedimos una de cristal. Y otra
de fresa. Y los anunciantes, en las pescaderías locales, nos pidieron posar para
un anuncio de alegría. Con eso pasamos los inviernos, alegres. Las primaveras
fueron felices. Es diferente. Como la frambuesa en la nevera o al aire libre en
el polo norte cuando las mínimas dan las tantas. Tantas veces nos reímos que el
anuncio nos dio para despeinar hasta el otoño por los lagos de cobre que parían
duendes como rosquillas, ¿te acuerdas?
Tampoco los neptunianos tuvieron
inconveniente en deshacerse de los mitos para posar con nosotros y tomar un
batido de lengua de gato andaluz. Los anunakis son más de Buñuel, dijo él,
¿quién?, y se rió la mesa de los acentos que daba burbujas el ruido a existirse
como la gran y única payasada la ostia maestra el quiquiriquí del asunto como
decía la virgen de los cafés para dormir de día y nadar sin guardar la ropa.
Al celibato se lo comió un gato.
Nosotros nos bebimos el vino y los pecados. Tal vez fue que encajó el azar con
la casualidad de los pares sin brisa, faltados como con tanta sed para ahogar
desiertos. Tal vez fue que pasamos de parabrisas y nos fuimos por las ramas
hasta muchos más arribas.
El cuento es que no lo era. La
era no contaba con eso. Pero no nos pongamos sin poner algo para picar, y nos
compramos unos bollos de alcachofa, y nos comimos hasta la pasta de piel de
aluminio cazado vete a saber si en aluminosis, fue precioso. Llovía y las
alcantarillas no daban abasto. Nos dolía hasta lo que no existe. Hay cada
milagro de calambre en la vida que no son golpes. También.
Contábamos con ojos para vernos,
manos para tocarnos, lenguas para sabernos. No sabíamos esgrima, y qué? el amor
no es un refrán, es más como un duende. No se puede jugar sin contar con los
sentimientos del duende. Por eso me asusté, era mi primer duende, me dio con la
magia a mis pocas aportaciones al inconsciente colectivo y yo me comporté como
un adulto. No sé cómo pude, no sé cómo pude parecer un adulto porque tú me
viste reír. Siempre pensaré que nos drogó el psiquiatra ese al que sólo yo
veía. No fueron ninguno de los tuyos.
Después nos subió la fiebre, y, ¿tú
te acuerdas del termómetro aquel que siempre te miraba? Fue él. Lo dijeron ayer
en mi radio y lo tengo por escrito, así que ahora hay pruebas.
Aquí también me encargo de
escribir para las fábricas de papel de fumar, ya sabes, muñecos verdes y gatos
sin paraguas para los más decaídos. Todo es normal. Insoportable, vaya. Pero
muy bien. De cojones para irse a esquiar a la playa con los amigos que te
puedes dibujar en las uñas de los pies para que parezca que a todo dios le
hacen gracia las gilipolleces del del espejo que me dejé, no sé si fuera o
dentro, pero ya casi lo tengo. Por eso he pensado en operarme del cerebro, sólo
que me lo quiten un tiempo a ver qué.
Por otro lado están los años, sí,
que joden por aquí, pero ayer pillé a uno cuando le ponía pilas al calendario y
lo maté con la estufa amarilla, y no me lo comí.
A veces me acuerdo de las
hormigoneras. No sé cuales, pero tienes que saberlo. Me compré un disfraz de
paréntesis para que no me dieran. Y me dan por arriba y por abajo. Por los
lados me acuerdo de ti. Así mientras tomo aspirinas veo querubines cubistas y
la muerte va más lenta, dice ella, pero ya la conoces, siempre jodiéndolo todo.
Yo no me fio. Ni un pelo. Aquí ahora ya no la pintan calva. No sé qué coño
dibujan aquí. Parece un algo muy inútil. Son los mejores inventando sobras para
el futuro.
Escóndete, que viene el autobús.
Y no sé si nos vieron. Era en el cine, dentro de la peli, había mucho público,
se habían confundido, y nos miraban con ojos que parecían como para ser usados
para ver, no sé, yo compro la revista del chaval ese que vuela con los delfines
y dice que, de cerca, los azules se tornan de lo que escojas sin pasar por
caja. En el mar hay pocas cajas, pensé que le diría como un chulo, pero me miré
y no hubiera parecido ningún chulo, daba pena, mi imagen, que se me cayó al
vernos, me miró con una cara de no habernos visto nunca que daba hasta
impresión en la sombra. Impresión de quedar impresionada como una serigrafía o
cualquier otra grafía, muy muy impresionada. Y daba una impresión. Sólo una, pero
muy fuerte. Como una bala, que te da,
sólo una, pero puede hacerte perder mucho y depende de poquísimos factores, si
te da o no.
Así que estuve un tiempo muerto,
para no gastar tanta gasolina, porqué aquí ya se ha acabado y ahora nos comemos
los unos a los otros, mañana mismo ya lo legalizan. Yo voy a abrir una tienda
de pus. Queremos acabar con las alternativas que nos proponen. Una. Por eso
luchamos con pus. Lo vendemos para que su sangre pille reuma y se debiliten. Y
ellos lo compran con receta. Se la hacemos nosotros, todo muy bien. A color.
Pican todos, porque tenemos también una red para pillar a los que sospechan, a
estos no sé, creo que los cuecen para hacer mantequilla 100% vegetal. Pero no
tengo el permiso para tener la razón, no me lo dieron. Fue, ya sabes, por lo de
ver cosas que ellos no ven y las voces que salen de las bocas de la gente y lo
de siempre, papeleo y ostias, pero de cojones. Y así pues con esto y la lotería
que nunca toca, al menos un escabeche sí, y ahora más, que vuelve lo de la
salud. Pero durará poco. Nos matará, ya verás. Tanta escasez de mierda. Tan
poco abono. Aún me acuerdo de los edulcorantes que preparabas, siempre lo
intento, pero yo no soy tú. Bueno, casi seguro que al no ser tú, influye.
Tampoco hay mucha tienda suelta
ya por aquí, alguna espalda en el banco pero hay minas y aun nos gusta lo de
tener pies, por poco que tiren, para ponernos botas o mocasines o nada, para
dormir y moverlos, no sé, también es una costumbre que viene de lejos. Tener
pies tiene un valor.
Cuando hubo una cosa no cabía la
otra, y así. La primera parte o como capitulo de nada, que cuente algo, supongo
que no será perder, también los vasos se rompen y nadie los desaconseja. Para
beber, aquí mucho. Y funcionan de verdad. Hay estudios. Hay estudios de todo
que no se dejan de nada. No te gustaría; pero podríamos llorar en alguna isla,
la cortamos por debajo y que vaya tirando, sin contar las olas. Agarrados o así
mismo, descosidos. A lo pequeño. Como un naipe. Algo parecido, es decir, una
ración infinita, no sé a que equivale, pero brilla en la oscuridad, se puede
mojar y después de las doce no da calabazas ni gremlins ni prisas, como un
amor. Así de grande y capaz.
griFOLL
29.12.2014
casserrespoblepoema