ANSELM KIEFER
ENTREVISTA
Brutal y abismalmente creativo. Profundo y refinado. Así es
Anselm Kiefer, uno de los artistas más brillantes de nuestra época, a quien la
edad (nació en Alemania en 1945) ha hecho mentalmente más libre. Su estudio, un
antiguo criadero de gusanos, es una extensa propiedad integrada por 48
pabellones, muchos túneles y una instalación en forma de cintas de películas
sobre la historia de su vida.
-¿Ha
pensado usted alguna vez en términos de éxito?
-Anselm Kiefer. Para mí, los museos son como una extensión
de mi taller o más bien otros talleres; nunca he pensado en términos de éxito.
Es demasiado transitorio. Mire esa enciclopedia de 30 tomos, es sobre la
historia de la pintura. Hay en ella muchos pintores que tuvieron gran
reconocimiento en su época y, a los diez años de su muerte, nadie los
recordaba. Eso me reconforta y me hace sentirme humilde.
XL. Es usted un ave nocturna.
A.K. . no, ya no. Ahora me levanto a las 5 de la mañana y me
pongo a escribir y a leer hasta que algo me motiva, hasta que visualizo la
historia en imágenes. Lo que más me entusiasma es encontrar una nueva
inspiración, descubrir algo. La ejecución de la pintura en sí, aunque me
divierte, no es lo que me interesa.
XL. De pequeño parece que admiraba apasionadamente a ciertos
artistas. ¿Qué le atraía de ellos: su libertad, su genialidad.?
A.K. Desde niño quise ser artista; mi padre, un maestro de
arte, me puso Anselm por un pintor alemán figurativo muy clásico a quien
admiraba. El caso es que yo provengo de un entorno pequeñoburgués que me
producía un sentimiento de terrible limitación; y pensaba que como artista
escaparía de ese mundo. La sola idea me estimulaba tanto, que pintaba todos los
días. Mientras estudiaba Derecho, iba a la Academia de Bellas Artes de
Karlsruhe. Allí descubrí a los expresionistas americanos, a italianos, como
Manzoni, y a algunos franceses, como Yves Klein. Pero nunca he creído que los
artistas sean genios porque no se puede crear de la nada. Es un término muy
circunscrito al XIX.
XL. Usted estudió con Joseph Beuys, que defendía el poder
curativo del arte. ¿Con qué idea de artista se identifica más, con la del
artesano, la del alquimista.?
A.K. Los artistas no somos curanderos. Creo más en el
artista como un mediador que intenta captar destellos de trascendencia. En
cuanto a Beuys, me interesa su apertura en el arte, pero su militancia político
me parece idiota. El no va más era su defensa de la democracia directa; yo no
creo en ella ni en los referendos. El pueblo se revoluciona enseguida. Y esto
es aplicable también al arte: lo peor que puede ocurrirle es que se vuelva
democrático, un arte para todos. Dicho esto, creo que el artesano basa todo en
su talento y para mí eso no quiere decir nada. El alquimista es otra cosa,
porque introdujo la idea de la espiritualidad e intentaba reconciliar el
dualismo que dividía materia y espíritu. Siempre he pensado que hay que ver al
ser humano como una unidad inseparable de lo espiritual y lo material. Lo que
más me interesa como artista es expresar el devenir de las ideas en el
transcurso del tiempo. Me gustaría hacer reflexionar, abrir la mente de los
otros.
XL. Su tiempo transcurre entre la vida rural y los viajes.
A.K. Sobre todo al abandonar Alemania; pasé tres años
viajando. Estaba muy desanimado y quería cambiar radicalmente. No he vuelto
desde que me fui. El viaje me estimula como un libro. Cuando por la mañana, a
las 5, cojo un libro o veo por la ventana las montañas, es lo mismo. Hay
lugares, como México, São Paulo o la India, que me fascinan. No soy persona de
un solo lugar. Siempre me falta algo donde estoy; quizá es mi alma de nómada...
XL. En septiembre se irá a vivir a París.
A.K. Sí. Este estudio se quedará para realizar las grandes
esculturas. Cuando tenía 17 años, me fui a París con una beca para escribir.
Vivía en hotel muy barato y me interesaba mucho la avenue Foch y Faubourg
Saint-Honoré. Recuerdo que visitaba esos barrios y me extasiaba en el umbral de
aquellos portales fabulosos. Mi sueño era estar al otro lado. Ahora estoy al
otro lado y lo que vivo no tiene que nada que ver con el interés que me
producía aquel sueño. Así es la vida. Las expectativas y su realización no
tienen nada que ver.
XL. Se instaló en Francia en 1991. ¿Fue como recomenzar?
A.K. Es imposible recomenzar porque siempre tenemos
recuerdos. Una vez, un periodista me preguntó algo muy ingenuo: «¿Qué es la
patria para usted?». Le contesté: «Es todo aquello que recuerdo. No es algo
físico, sino mi memoria, lo que tengo en mi cabeza».
XL. Usted trabaja con la historia, con la memoria. Leí que
se sentía como si tuviera 2.000 años. ¿Cree en la reencarnación?
A.K. Podría haber dicho dos millones. La memoria viene de
mucho más lejos. Está en el ADN de nuestras células; tenemos la memoria de los
dinosaurios. No es que crea en la reencarnación; es algo más consciente,
recuerdos de haber venido de lejos. Para mí, todo va sedimentándose de forma
lenta; por ello uno se sorprende y muchas veces no entiende ni se explica de
dónde surgen las ideas.
XL. Fue uno de los primeros en tratar el tema del holocausto
en su país. Aquello le costó un gran rechazo y se marchó a Estados Unidos. Eran
los años 80. ¿Qué encontró allí?
A.K. El hecho de abordar un tema tan inmensamente doloroso y
trágico se debía a una necesidad de encontrar mi identidad, a un deseo de tener
conciencia de quién era. Creo que el arte es el terreno en el que uno puede
cuestionarse con plena libertad. Entonces, todas mis obras sobre el tema
produjeron un rechazo total. Nadie me quería, y no sólo en Alemania, sino en
Europa; se me acusó de provocador y de mucho más. Pero, en América, los judíos
que emigraron en los años 30 no sólo me acogieron, sino que me comprendieron.
La de los 80 fue en Estados Unidos una década artísticamente muy rica, con una
gran libertad, sin reglas. Uno tenía la sensación de que se podía hacer
cualquier cosa. Es triste ver en lo que se ha convertido ahora. Ya no voy a
América.
XL. Esa libertad de la que habla se refleja en la osadía de
su exposición 20 años de soledad 1971-1991 [básicamente, era una muestra
compuesta por cuadros superpuestos en láminas de plomo procedente del techo de
la catedral de Colonia para una serie de esculturas-libro sobre los que Kiefer
arrojo su semen]. Usted tiene reputación de solitario. ¿Lo es en realidad?
A.K. Aquella exposición fue una forma de decir adiós a toda
una época y, también, un símbolo de las ganas de acabar con mi fama de tipo
serio, de alemán melancólico. La galerista tuvo muchos reparos en celebrarla
porque pensaba que podía causar un escándalo. No se atrevió a decir lo del
esperma. Ciertamente fue una exposición controvertida. En cuanto a la soledad,
el artista no puede hacer nada por sí solo; necesita a otros. En mi caso, a
todos los filósofos o poetas de los que me siento cerca y a los amigos y al
espectador que acaba la obra. Por otra parte, la soledad para mí no es negativa
ni dolorosa ni angustiosa, sino más bien al contrario, una experiencia
positiva. En todo caso es un concepto muy complejo. Estamos solos ante los
otros. Por ejemplo, a mí siempre me han gustado las fábricas abandonadas porque
siento la claustrofobia de la gente que ha trabajado en ellas.
XL. Quería acabar con la imagen de alemán melancólico, pero
¿qué me dice del alemán vital, como Goethe?
A.K. Ha habido muchos embajadores de la Alemania como país
de pensadores y filósofos. Pero en los alemanes de hoy existe un gran complejo
de inferioridad; sólo hay que fijarse en el deseo de aprender idiomas cuando
van a otro país.
XL. Usted tiene fama de romántico.
A.K. No creo en el romanticismo como una puesta de Sol con
música de fondo. Para mí es una filosofía sobre los seres humanos, que estamos
compuestos por subátomos. Una filosofía que conecta con los poemas de Novalis
sobre el alma.
XL. Afirma que las estrellas son trozos de la memoria que
encuentran su camino en el cuadro...
A.K. Es la ilusión de la que hablábamos. La luz que emiten
ya no está y, sin embargo, la vemos. Es un símbolo de la existencia. Leía hace
poco en un libro de Saul Bellow un pensamiento muy bello: cada hombre debería
unirse a una estrella. Yo lo hago. Es una forma de meditación que libera mis
ansiedades.
XL. Otra frase que le gusta citar al respecto es: «Cada
planta corresponde a una estrella».
A.K. Es de Robert Fludd, un médico, alquimista, filósofo y
teólogo del XVI que quiso encontrar una teoría que uniera el macrocosmos y el
microcosmos, pero no lo logró. Filósofos y científicos continúan creando lazos
entre esos dos mundos, porque descubren leyes que son válidas para los seres
humanos y para el universo.
XL. ¿Eso es lo que intenta conseguir en sus obras, unir
macrocosmos y microcosmos?
A.K. Ya me gustaría. La suerte es que en el arte siempre se
tiene éxito, porque su lenguaje es universal y abierto, no como el científico,
que es muy específico. La ciencia nunca mostrará la verdad pura porque no
existe. La verdad emigra, cambia. Y cuantas más leyes se descubren, más
desconocimientos se desvelan. Tampoco se logrará una explicación del mundo por
la vía científica.
XL. Ni tampoco por el arte, ¿no?
A.K. Sí, la mitología siempre ha tenido el objetivo de
explicar el mundo en su totalidad. El problema del arte es que su lenguaje no
es comprendido de inmediato. Los artistas, sin saberlo, se adelantan siempre a
su tiempo. El artista crea algo que a veces ni él mismo comprende. Pero el
objeto, sin ser evidente, esta ahí.
XL. Y, sin embargo, en su caso el arte da sentido a su vida.
A.K. Bueno, la vida no tiene sentido. No sabemos de dónde
venimos ni por qué los ángeles se han convertido en hombres ni adónde vamos. No
sabemos nada. El arte no da sentido a la realidad, pero yo, para sobrevivir,
pretendo que así sea. Es sólo una pretensión. Por eso vivo completamente en la
ilusión.
XL. ¿Pero usted ama la vida? Se lo pregunto porque muchos de
sus amigos de referencia, como el poeta Paul Celan, se suicidaron.
A.K. Por supuesto que amo la vida. En el caso de Celan,
estaba marcada por Auschwitz y su intenso dolor. Y su suicidio no significa que
no la amara. Y no sólo la vida, sino que ha amado, desde lo que escribía hasta
a sus mujeres. El amor es el comienzo. Sin amor no se puede crear. Las obras
que se exponen las realicé a partir de su texto Death Fugue, que él escribió en
el campo de concentración en 1945 y de donde salió vivo milagrosamente. Es una
poesía que se adentra en la mente humana y sus misterios; en cómo somos capaces
de los más elevados pensamientos y de los más bajos; de la mayor destrucción y
la más grandiosa esperanza. Yo he tenido una gran cercanía con Celan. Hay que
preservar la memoria para arreglar los traumas de la historia.
XL. En la muestra expone obras sobre la identidad de las
mujeres. ¿Le han influido? ¿Por qué ese tema?
A.K. Por supuesto que me han influido mucho. Detrás de cada
gran hombre hay una gran mujer, o muchas. Pero la serie de la identidad
femenina en la historia me viene por varias razones. Creo que las mujeres son
mucho más fuertes que los hombres y que, sin embargo, han estado en un segundo
plano desde la antigüedad. Y me pregunto si es por propia voluntad. Los hombres
somos más vanidosos y nos gusta que nos reconozcan.
XL. Usted ha luchado contra su vanidad, ¿posee un gran ego?
A.K. [Se ríe] No, no es tan importante como para tener que
proponerme luchar contra él. Mi batalla es conmigo mismo y mis contradicciones.
Y todo ello está en los cuadros. Cada cuadro es el resultado de una lucha
contra las diversas facciones que hay en mí, una lucha en mi cabeza hasta que
logro una cierta coherencia entre el caos y el orden. Demasiado orden es la
muerte; demasiado caos, la locura. Lucho por lograr un camino intermedio.
Curiosamente, las contradicciones constituyen la propia historia del arte. Cada
escuela va matando a la anterior: el cubismo, al impresionismo; el arte
minimalista, al conceptual.
XL. Afirma que en el arte actual no hay evolución.
A.K. Para empezar, yo ya no creo en la idea de evolución.
Pero en el arte de hoy la regla es que todo es posible, mientras que la esencia
del arte es que casi nada es posible. Hay un aluvión de artistas y, sin
embargo, es muy difícil hacer algo nuevo. Yo tengo la impresión de que todo
está ya hecho.
XL. La religión es uno de los grandes temas de su obra.
Usted era católico, pero renunció.
A.K. Pocas personas habrán sido educadas con más ardor
católico que yo. Recuerdo mi primera comunión; esperaba ser iluminado y no
sucedió nada. El desencanto fue total. Mi religión va más allá: adonde la
espiritualidad, la psicología y la historia se unen sin resolución. En
cualquier caso jamás digo «creo en», porque todas las religiones tienen la
misma base: la búsqueda del ser supremo. Lo que me interesa de la mística es
que rompió las barreras de lo ortodoxo en religión.
XL. ¿Puedo preguntarle cuáles son sus miedos?
A.K. ¡Uf.! Miedo a la rutina. Miedo a envejecer, a parecer
idiota. Miedo a no vivir el presente. Siempre estoy a la vez en el pasado, en
el presente y en el futuro...
XL. Toda su obra y su pensamiento son de una densidad
tremenda. ¿Qué le dice a usted la noción de ligereza?
A.K. Uno debe y puede jugar con las filosofías más
profundas. Sólo hay que ver a los cabalistas: jugaban con las letras, discutían
las palabras. Limitarse al pensamiento profundo es imposible. El aspecto lúdico
en la vida es tan importante como el más serio y complejo. Sólo se existe con
el contrario. ¿Qué me relaja más? Mi trabajo, sin duda.