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martes, 2 de septiembre de 2014

EL BORRACHO- relato de grifoll - 02092014-

“Próteo: En medio de esa humedad vital, despide tu linterna una luz magnífica.”
FAUSTO, de Goethe

"Si ocurre algo malo, bebes para olvidar, si ocurre algo bueno, bebes para celebrarlo, y si no pasa nada, bebes para que pase algo"
Charles Bukowski



EL BORRACHO


Empezaba a acabarse la sed de beber cuando pusieron otras veinte rondas más, otras cuarenta noches más con sus cuarenta días sin oasis deambulando entre escorpiones, hienas y fantasmas de la luz que le mostraban la nada, el vacío llenando de vasos la copa de los arboles en diciembre y con tormenta de relojes de arena en los morros. ¡Aquel hombre fue Faustidiado! La eterna juventud le fue un cubito tras otro haciéndole aguas donde la comisura de los huesos, por los descosidos del silencio, bostezando una sonrisa muerta para con lo habitante y sombrar de edukado, eso por haber sido atado al nudo corbático que rige, que exige, que manda del cual aún se desprendía.
Aquel hombre no se refugiaba, no se escapaba, aquel hombre bebía porque no estaba de acuerdo con estar de acuerdo con lo que le ponían por impuesto.
Y era tan alcohólico como tenía dos brazos, un corazón, boca y miedo, temblores, dolor, sueños y rastros de ellos. Aquel hombre no estaba equivocado porqué aquel hombre nunca se pronunció. No juzgó. Bebía -mucho-, comía -poco-, dormía -algo-, andaba no muy deprisa y miraba los cristales que al llover le reflejaban un traguito siempre de esperanza, la mínima para seguir caminando en su rotonda, sin entrar en otro circulo que no fuera el de su no circular, porqué moverse o cambiar de lugar no tiene nada que ver con lo dicho hasta ahora, depende de otros mapas, mapas interiores, Atlántidas tremens…
Hay quien no bebe porque no tiene ríos en los mapas interiores. Hay quien nunca funda océanos de ebriedad en su desajuste con el modo de funcionar de un sistema, hay quien se adapta a matar para no ver su muerte, a mentir para escuchar sus mentiras, a crecer para matar al niño que se tiene prohibido, para darse por muerto diciendo mil vivas.
Hay quien sólo bebe por sed. Hay quien se viste sin frio. Hay quien se acuesta sin sueño y se levanta con él toda la vida y nunca se muere. Hay quien no muere porqué nunca vive, los hay que no están. Él, no. Tuvo el discernimiento, vio la sequía en los ojos del gris, del sin alma, y no quiso serlo, y se cayó, y se agachó, y le daban, y le dolía, pero él miraba lejos, hasta donde llegaban los golpes de sangre que le salpicaban y ardían en los ojos de todos los peces de su mar muerto interno, de su mundo, el que era él, lejos del mundo donde le tocó sobrevivir junto a millones de insensibles, trapos de desagüe, hojalateros del espíritu y demás marcianos del oeste infecciosos como trece pestes seguidas una tras otra clavadas en los vientres a regocijo de bocajarro.
Claro que no era feliz, no se mentía con desayunos de cereales ni se sobraba de cuentos para caer en la trampa, él bebía, regaba, había dejado de hacerse preguntas por otra noche, hasta otro día que también tendría su noche de jarabes. Se cruzaría al alba con los cazadores que venían rojos a desayunar mil lomos con cerveza y cocaína en las encías, se cruzaría con la policía, con el ruido, con la peste gris de los emblemas sin poema hasta llegar por fin a casa, su garaje con tres gatos y ocho ratas y una lata de sardinas para todos. Y esos nidos de ninguna golondrina aún pegados en el techo de los años fabricados con saliva, así los hacen, beso a beso, las que no vuelven a los nidos del pasado. Las admiraba, soñaba con plumas y la barba le andaba sola por las barras de los bares mientras el mundo no era redondo ni giraba y él seguía continuando negándose a seguir sin negarse, sólo llovía, se emborrachaba.
Aquel hombre de vino, de estrellas, de luna de plata, aquel hombre recitaba de olvido sus mágicos versos por única y última vez, decirlos y ya no se acordaba, volvía al silencio, al clic-clac de la sed desde el vaso, mas de otra sed en el alma: algo que aquí tampoco tenían.
Una noche ya no volvió. Por la mañana tampoco volvieron los mismos cazadores. El bar fue cerrado por la tarde. Al oscurecer pasaron generaciones, guerras, pestes, lluvias, suertes, incendios, amores, consuelos, intercambios, decenas de versos se quedaron secos en el suelo. Nadie nunca los recogió. No estaban en ningún disco duro, en ningún libro, en ninguna pared; hace tanto, hace tanto de aquel hombre que no tenia nombre y de los demás. A veces nadie lo recuerda…

grifoll

02092014