“Próteo:
En medio de esa humedad vital, despide tu linterna una luz magnífica.”
FAUSTO,
de Goethe
"Si
ocurre algo malo, bebes para olvidar, si ocurre algo bueno, bebes para
celebrarlo, y si no pasa nada, bebes para que pase algo"
Charles
Bukowski
EL BORRACHO
Empezaba a acabarse la sed
de beber cuando pusieron otras veinte rondas más, otras cuarenta noches más con
sus cuarenta días sin oasis deambulando entre escorpiones, hienas y fantasmas
de la luz que le mostraban la nada, el vacío llenando de vasos la copa de los
arboles en diciembre y con tormenta de relojes de arena en los morros. ¡Aquel
hombre fue Faustidiado! La eterna juventud le fue un cubito tras otro haciéndole
aguas donde la comisura de los huesos, por los descosidos del silencio,
bostezando una sonrisa muerta para con lo habitante y sombrar de edukado, eso
por haber sido atado al nudo corbático que rige, que exige, que manda del cual
aún se desprendía.
Aquel hombre no se
refugiaba, no se escapaba, aquel hombre bebía porque no estaba de acuerdo con estar
de acuerdo con lo que le ponían por impuesto.
Y era tan alcohólico como tenía
dos brazos, un corazón, boca y miedo, temblores, dolor, sueños y rastros de
ellos. Aquel hombre no estaba equivocado porqué aquel hombre nunca se
pronunció. No juzgó. Bebía -mucho-, comía -poco-, dormía -algo-, andaba no muy
deprisa y miraba los cristales que al llover le reflejaban un traguito siempre de
esperanza, la mínima para seguir caminando en su rotonda, sin entrar en otro
circulo que no fuera el de su no circular, porqué moverse o cambiar de lugar no
tiene nada que ver con lo dicho hasta ahora, depende de otros mapas, mapas
interiores, Atlántidas tremens…
Hay quien no bebe porque no
tiene ríos en los mapas interiores. Hay quien nunca funda océanos de ebriedad
en su desajuste con el modo de funcionar de un sistema, hay quien se adapta a
matar para no ver su muerte, a mentir para escuchar sus mentiras, a crecer para
matar al niño que se tiene prohibido, para darse por muerto diciendo mil vivas.
Hay quien sólo bebe por sed.
Hay quien se viste sin frio. Hay quien se acuesta sin sueño y se levanta con él
toda la vida y nunca se muere. Hay quien no muere porqué nunca vive, los hay
que no están. Él, no. Tuvo el discernimiento, vio la sequía en los ojos del
gris, del sin alma, y no quiso serlo, y se cayó, y se agachó, y le daban, y le dolía,
pero él miraba lejos, hasta donde llegaban los golpes de sangre que le salpicaban
y ardían en los ojos de todos los peces de su mar muerto interno, de su mundo, el
que era él, lejos del mundo donde le tocó sobrevivir junto a millones de
insensibles, trapos de desagüe, hojalateros del espíritu y demás marcianos del
oeste infecciosos como trece pestes seguidas una tras otra clavadas en los
vientres a regocijo de bocajarro.
Claro que no era feliz, no
se mentía con desayunos de cereales ni se sobraba de cuentos para caer en la
trampa, él bebía, regaba, había dejado de hacerse preguntas por otra noche,
hasta otro día que también tendría su noche de jarabes. Se cruzaría al alba con
los cazadores que venían rojos a desayunar mil lomos con cerveza y cocaína en
las encías, se cruzaría con la policía, con el ruido, con la peste gris de los
emblemas sin poema hasta llegar por fin a casa, su garaje con tres gatos y ocho
ratas y una lata de sardinas para todos. Y esos nidos de ninguna golondrina aún
pegados en el techo de los años fabricados con saliva, así los hacen, beso a beso,
las que no vuelven a los nidos del pasado. Las admiraba, soñaba con plumas y la
barba le andaba sola por las barras de los bares mientras el mundo no era
redondo ni giraba y él seguía continuando negándose a seguir sin negarse, sólo llovía,
se emborrachaba.
Aquel hombre de vino, de
estrellas, de luna de plata, aquel hombre recitaba de olvido sus mágicos versos
por única y última vez, decirlos y ya no se acordaba, volvía al silencio, al clic-clac
de la sed desde el vaso, mas de otra sed en el alma: algo que aquí tampoco tenían.
Una noche ya no volvió. Por
la mañana tampoco volvieron los mismos cazadores. El bar fue cerrado por la tarde.
Al oscurecer pasaron generaciones, guerras, pestes, lluvias, suertes,
incendios, amores, consuelos, intercambios, decenas de versos se quedaron secos
en el suelo. Nadie nunca los recogió. No estaban en ningún disco duro, en ningún
libro, en ninguna pared; hace tanto, hace tanto de aquel hombre que no tenia
nombre y de los demás. A veces nadie lo recuerda…
grifoll
02092014