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sábado, 11 de agosto de 2012

NARANJO, por Limary Ruiz-Aponte





Naranjo

No recuerdo tu nacimiento. Tampoco tu muerte. Te recuerdo en el purgatorio. Por eso te amo, te extraño, aunque no te necesito. Te recuerdo llorando, subiendo unas escaleras y aplastando una gata con una bicicleta.

Mayagüez. Hay un barrio construido con la lejanía macondial, pero en su paralelismo histórico anacrónico más próximo, donde aún los residuos humanos añoran los años muñocistas. Allí había una casa con rosas y espinas a sus alrededores, cuatroniños y cuatro bicicletas. (¡Que llueva! ¡Que llueva la virgen de las cuevas!) Alrededor de aquella casa, corrían sus bicicletas sin tocar espinas, hasta que los augurios de la vieja gritaban: -me van a matar las rosas y se van a enterrar las espinas. A la vuelta siguiente choque múltiple en dos ruedas a la cuatro y ¡pum!: espinas enterradas en manos, en batatas, en muslos, en nalgas. (¡Los pajaritos cantan las nubes se le-van-tan!) Espinas pequeñas marrón verdoso, espinas que hacían llorar y gritar. Luego botella de alcoholado en mano; espina que sale y alcoholado que corre, lágrimas que salen y risas al fondo: -una pescosá por haber dañado las matas y no apearse a tiempo de allí.

Un día en tierra y sin alcoholado estaban en un columpio, los niños. (El cielo nublado.) Mese que mese, mese que mese y tiqui-tiqui-tiqui-tiqui. Columpio versión corregida y editada en formato APPA por un herrero: cadenas mohosas gruesas, residuos de maderas pintadas anclado con cemento a la arena del patio de la casa. Mese que mese y ¡ay! mese que mese y ¡ay! ¡ay! ¡ay!. Espinas enteradas más gruesas, más largas en las batatas y en las espaldas. ¡Ayyy! ¡Ayyyy! ¡ah! ¡ay! ¡Y que me canso de esto! Había un árbol de naranjas detrás del columpio y un taller de herrería al lado. Resultado: sogas amarradas al árbol y hala que hala, hala que hala y vamos que podemos y hala que hala, y ya mismo el sol cae. Y no había adultos y hala que hala. Y las espinas que se entierran en las manos y las manos sangraban y el sudor corría y la arena en sus pies y el columpio mese que mese, solo muy solo ( y la virgen de la cuevas no quería que lloviera) y el árbol que se afincaba a su arena. (Arena que fue separada de la costa para repartir parcelas como reforma de pan, tierra y libertad. Porque el progreso necesita individualización e industrialización y estos niños metaforizaban la invasión). Cuatro niños: una líder, una co-lider, un llorón y un pequeño arrancaron el naranjo de raíz para poder mese que mese, en el columpio. Sudados y extasiados con las manos quemadas por la soga, con espinas, sin corona, enterradas y el árbol derrumbado, desraizado, lo niños celebraban. Los adultos poco a poco salían, sin poder regañar, ni decir nada, atónitos, porque aquellos derrumbaron solos el obstáculo para el mece que mece. (Ahora metáfora de lucha y la libertad.) La gata se revolcaba en la arena. Tú no lloraste ese día; había sequía, la virgen estaba menstruando.

Limary Ruiz-Aponte.

PERSIANAS, por Limary Ruiz-Aponte



“…las madres son víctimas ecuestres

desde la raíz infinita de su seno

y su cálida leche nos hace viciosos

del tiempo...”

Raúl Guadalupe De Jesús

Persianas

Las creencias están ligadas al agua. Un rio, una playa, un vientre, una botella. En un país vecino los hombres y mujeres, soy inclusiva, luchaban por la comida que caía del cielo, como maná, pero sin dios y con mucho neoliberalismo. Creo que dios, de ser, es capitalista. En mi país las botellas vuelan dentro de las universidades. Pero no hablare de agua sino del vuelo. (Me he cortado las alas.) Federici ha resucitado.

En una casa frente a una playa hay unos niños, un perro y una verja sucia. Dentro existe una mujer de un solo seno, inflado, relleno, brutal del cual mana leche, no es milagroso. Es el resultado de varias preñeces, de mutaciones genéticas y de años de sexo impúdico, bien hecho. Acostada en el piso lacta a su nueva criatura mientras todos pasan y la ven con asombro. La juzgan, ella sonríe. La niña en sus brazos es robusta y de su boquita, de sus labios gruesos, resbala una gota blancuzca con un poco de saliva. La madre toma agua dasani 16 oz embotellada. En el centro hay una anciana que llora desnuda en un sofá, mientras olvida en conciencia quién fue. Hay un hombre que bebe escondido bajo una sabana. Hay un joven masturbándose en el baño. Gritos de vecinos, peleas de perros, gallinas que ladran y olas que baten. Pausa. La gran madre acaricia el cabello de su hija.

Una tarde calurosa entré en la casa. Bese a la anciana y me invitó a sentar. Me preguntó por novios y el trabajo. Le respondí lo deseado. Nos reímos. Me dijo que todo era perfecto. Me llamó por mi nombre. (La recordaba gritándome que me estuviera quieta, que no le diera a las persianas.) Lloré como se hacerlo. En silencio y sin lágrimas. Me despedí. No soporte el olor a leche rancia de la casa. No soporte los cambios de los floreros. Me fui.

Al lado, y mi realidad se confunde con letras, hay una casa alta, muy alta, donde se cree en los márgenes aunque se olviden. Donde hay una soledad que no se pude limpiar ni con lejía, y miren que estoy ciega. La soledad se siente desde del primer sillón solitario que se mece solo frente a otro. Sigue por un gato que se lame sin parar, compulsivamente y termina por los habitantes que cargan sus muertos, sus realidades, sus pasados y sobre todos sus futuros como homenaje. No hay muchas lágrimas, hay muchos dolores y pocas curas; el eufemismo prevalece. En esa casa últimamente la soledad se ha espesado. Hay más alcobas vacías, más fronteras y menos personas con quien contar. Hay una decepción, no solo por sus vidas, sino por el país. Entré, también, estaba en casa, pero me sentí desnuda (como la religión predica). No me podía mover. Hablé y hablé y solo encontré silencios y deudas que pagar. Amenazas de despidos, desempleo y un televisor que proyecta a madres lanzando botellas de agua a sus hijos. Lloré, perdí mi lugar, me sentí un ave con pico y sin alas, quería recibir agua embotellada. Bajé las escaleras vi la mujer lactando. Me despedí. Me monté en el carro, tomé la autopista. Sentí alivio, lloré todo el camino nadie lo supo.

-¿Me das una?

-Un dólar.

-Gracias.



Limary Ruiz-Aponte.

viernes, 10 de agosto de 2012

JESUS LIZANO

De la ja inexistent revista " El Pou de Lletres"
text: francesc foguet i boreu
imatge: griFOLL