AVISO A LOS CIVILIZADOS
Leopoldo María Panero
Por: Carla Badillo Coronado
Aviso a los civilizados es otro lúcido canto que Leopoldo
María Panero (Madrid, 1948- Tenerife, 2014) eleva entre la locura y la palabra. Los once
capítulos que lo componen son trozos de un espejo roto en el que nos reflejamos
todos, y es a la vez un ‘manual’ de estudios y análisis de la concepción
psiquiátrica como poder, bajo un enfoque que se debate entre la filosofía y la
poesía.
“La psiquiatría –dice Panero- está ahí para evitar el viaje
a los infiernos, no como debiera para guiarme a través de ellos”, refiriéndose
a ella como un instrumento de opresión
para una minoría de individuos, considerados desviados por la única
razón de creer en sus fantasmas, en sus ideas irracionales, en sus delirios.
Paradójicamente, acabé de leer este libro en uno de los
patios del Psquiátrico San Lázaro, donde se expuso una serie de glosolalias
(textos de lenguas inventadas) escritas por el francés Antonin Artaud, que
resultaron ser un gran complemento para entender la tesis de Panero, en la cual
la locura, lejos de carecer de sentido, tiene la función de dar sentido a lo
que no tiene. Así como el arte, pues como lo advierte Ricardo Cristóbal en el
prólogo: ¿Qué autor no cree en sus fantasías? ¿Qué persona no manifiesta algo
distinto de lo que quería decir, expresando de forma distorsionada una parte de
lo que bulle en su cabeza, o un deseo inconsciente?
En Aviso a los civilizados Panero evidencia el miedo
colectivo a descubrir el mundo instintivo, que hace desplazar en “otro”
individuo lo que en sí mismo perturba. Lo que la sociedad forcluye (Lacan) es
la animalidad, nunca perdida, y que vuelve cíclicamente. El loco y el primitivo
son lo mismo. Pero en las tribus no existen psiquiatras, que para el autor no
son más que detectives, puesto que su interrogatorio utiliza las mismas técnicas
que el policial (Foucault). El psiquiatra piensa, infaliblemente, que su
víctima miente. Pero la verdad, como en la tragedia griega, es el fin de la
obra. No hay una realidad única, hay una realidad polivalente. El principio de
relatividad cultural.
Yo no sé qué pueda ser la locura, repite Panero
–indirectamente- en estos ensayos poéticos. Tal vez una defensa para seguir
soñando. O quizá el derecho a la fantasía. Pues la locura, como dice Blake,
conduce a la sabiduría. En definitiva, este libro nos avisa -a civilizados y
no- que lo más probable es que el ‘homo normalis’, como lo llamaba Wilhem
Reich, sea el verdadero loco.