Porque
el silencio no siempre es elocuente aunque pueda parecerlo.
LA DUDA
Me
contó su experiencia de sopetón, mientras nos tomábamos una copa de whisky caro
en el aeropuerto de Berlín. Habló como si lo vivido no fuese con ella,
tenazmente, para sí, para sacudir la negrura de la incertidumbre. Habló como
quien quiere desprenderse del halo inquietante y gris de una sombra demasiado
física como para ser obviada, como quien vomita un pensamiento que corrompe las
entrañas.
Me
dijo que la noche anterior había sido la segunda vez que Él lloraba entre sus
brazos. La primera ocasión sucedió en su despacho. Dice que Él apareció por
sorpresa. La protagonista aclara que aunque la visita del hombre se diese sin
previo aviso, sabía, inexplicablemente, que aquella tarde se verían.
Obviamente, ignoraba los detalles en los que se desarrollaría dicho encuentro.
Me contó que Él se sentó justo frente a Ella, que encendió un cigarrillo y lo consumió
con premura, como quien sólo aspira a fumarse el pasado aciago y no halla la
salida para escapar de sí mismo. Explicó que el silencio se apropió de la sala
y también de su alma, que sintió hueca.
Al
cabo de unos minutos Él se incorporó. Ella hizo lo mismo. Fue en ese momento,
cuando Él la abrazó y rompió en un llanto afligido. Ella asegura que buscó la
palabra precisa pero no la halló, añade que se dejó guiar por la energía del
abrazo húmedo, cerró la boca y calló el pensamiento (en este punto me siento
con la autoridad suficiente como para precisar que no siempre funciona el binomio
palabra-significado, algo que nuestra protagonista conoce de sobras).
La
segunda ocasión fue distinta, el escenario también. Esta vez, los cuerpos de
ambos permanecían unidos en un abrazo, un abrazo naturalmente placentero,
destacó que se hallaban desnudos en el sentido más ámplio y basto del término.
Me dijo que se habían limitado a percibir el placer bestial y alquímico del
instante carente de condiciones. En este momento fue cuando el llanto del
hombre la sobrevino de nuevo. El sollozo sostenido la sacudió por dentro y por
fuera, esta vez no pudo evitar soltar un por qué trémulo. Él no contestó y si
lo hizo, Ella no supo oirlo, asegura que se perdió en el eco de su propia voz
que repetía infinitamente el nombre del hombre.
(Disculpe el lector que de nuevo interrumpa la narración, me siento con
la obligación de aportar un dato sobre la protagonista: Ella es escritora y de
todos es sabido que los literatos acostumbramos a singularizar lo universal a
través del epíteto y del adverbio, por una simple cuestión de ego, de ahí que
proponga substituir adverbio infinitamente por la locución adverbial muchas
veces ).
Una
vez terminada la historia, Ella bebió un trago de whisky caro, (nunca ha
abondonado su espíritu gourmet, ni siquiera en los aspectos más mundanos de su
vida, por eso cuando me habló de Él, sentí el aguijón de los celos clavarse en
lo más profundo de mí y entendí que Ella, por fin, había dejado de habitar la
literatura para vivir sin más).
–¿Vas
a volver a verlo?
Ella
me miró por primera vez directamente a los ojos y dijo:
–A
estas alturas empiezo a dudar de todo (en el momento que Ella pronunció la
palabra todo, supe que lo hacía en el sentido literal del concepto).
Añadió
que no tenía prisa, pero que necesitaba que poner palabras al llanto y al
silencio. Afirmó que no la movía una curiosidad arbitraria, que la cuestión era
mucho más profunda (les aseguro que no mintió).
–¿Qué
piensas hacer?, pregunté
Ella
me sonrió y aseguró no tener prisa. Dijo estar preparada para la espera aunque
ésta entrañara más dudas de las que alguien en su sano juicio pueda asumir.
–Es
una buena historia, añadí, para romper con el silencio incómodo que se
interpuso entre nosotros. –Puedes
utilizarla en tu próxima novela.
–Te
la regalo, dijo. –Es toda tuya.
Ella
acabó de un trago el líquido del vaso. Se incorporó y con la madera añeja del
whisky impregnada en sus labios me besó mansamente y con un lacónico, pero
amable “hasta pronto”, se fue.
Hoy
después de darle vueltas a la historia he descubierto el enigma contenido en la
duda. Él lloró con las lágrimas que nuestra protagonista jamás se atrevió a
derramar, y al llorarse la lloró de pies a cabeza, fue entonces cuando Ella
tuvo la certeza de palpitar por sí misma, al margen de los libros, más allá de
la teorías. Adivinó el galimatías de lo que se supone que es sentirse viva.
Supo que todo pasaba por saber entregarse al placer del instante.
Definitivamente, logró abandonarse al deseo y usurparle el poder al miedo y
poner intención y música a sus propios pensamientos. Supo que se tratada de
dar, pero también de saber recibir.
Ahora
es tarde, de me nada sirvió permanecer en la sombra a la espera de ser visto en
toda mi plenitud, hoy reconozco que era demasiado parecido a Ella como para ser
tenido en cuenta, me convertí en una copia barata de la versión genuina de una
mujer ausente pero segura de querer dejar de serlo. Por fin, hoy 20 de febrero
de 2015 he podido perdonarla, he comprendido porqué no subió al avión conmigo.
Mi error fue creer que el silencio puede llegar a ser convincente e incluso
verosímil. Pero, como ustedes ya sabrán, en la mayoría de los casos la realidad
supera la ficción.
Zulima
Martínez
Febrero
de 2015